Esta frase lo pinta de cuerpo entero a uno de los punteros derechos que hizo historia en el fútbol mundial, George Best. De pinta desfachatada, piernas flaquitas, pero una velocidad envidiable y una técnica prodigiosa. Se podría decir que fue la versión irlandesa de René Houseman.
Tal como el wing de Huracán, Best llevó una vida marcada tanto por el fútbol como por el alcoholismo. A pesar de ser un jugador de enormes habilidades e ídolo del Manchester United, siempre fueron públicas sus adicciones. Y muchas veces al hablar con la prensa demostraba que no estaba arrepentido de sus actos. Tan así era la cuestión que es fácil encontrar frases suyas respecto al tema.
De todas formas, los hinchas de su club le tenían un gran aprecio y él siempre respondió con goles. Pero el amor no fue eterno. En 1974, el Quinto Beatle bajó su rendimiento lo cual le puso fin a su vínculo con la institución donde había estado por más de 10 temporadas junto a Denis Law y Bobby Charlton, y aún con años de carrera, no tuvo más remedio que irse a otros equipos. En ninguno consiguió ser lo que fue en los Diablos Rojos, hasta probó suerte en Estados Unidos, pero no hubo caso. Best no volvería a ser el mejor.
Sus últimos días los pasó internado, sufriendo los daños que él mismo le había hecho a su hígado. Pero quienes lo vieron jugar seguramente recuerden que dentro de la cancha generó un cariño que lo que los desmanes que hizo fuera de la misma no pudo borrar.
0 comentarios:
Publicar un comentario